Celebración de la voz humana/2

sábado, 4 de octubre de 2008


TENÍAN las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld me enseño al alfabeto de los dedos que, en prisión aprendió sin profesor:
- Algunos teníamos mala letra- me dijo-. Otros eran unos artistas de la califría.
La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, si escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernandez Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Así se concretaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tiene respuestas.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

El libro de los abrazos, Eduardo Galeano

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